sábado, 3 de octubre de 2009

Principales encíclicas de la Doctrina Social de la Iglesia

Rerum novarum

Vincenzo Gioacchino Pecci, el sexto hijo de una familia humilde, nació el 2 de marzo de 1810, en la ciudad de Carpineto, situada al sur de Roma. En 1843 fue consagrado obispo por el Papa Gregorio XVI y enviado a Bélgica. En 1877 fue trasladado a Roma y luego del tránsito del Papa Pío IX, es nombrado Camarlengo (Cardenal que administra los asuntos de la Iglesia cuando sobreviene la vacancia de la Sede Apostólica). Tras un cónclave de tres días la elección de un nuevo Pontífice, fue designado Papa el 20 de febrero de 1878, por entonces un hombre con una salud bastante precaria de 68 años. El nuevo Pontífice elegía el nombre de León. León XIII ha llegado a ser conocido como el primer Papa de las encíclicas. La más importante de sus encíclicas, sin duda, es la conocida con el nombre de Rerum novarum, promulgada el 15 de mayo de 1891. Con esta encíclica se iniciaba una nueva etapa conocida como Magisterio Social Pontificio.
Por medio de la encíclica el Papa de los obreros, con tono firme, hacía resonar en el mundo entero la voz de la Iglesia que, una vez más, se alzaba en defensa de los débiles, los pobres, los 'sin voz'.

"Quadragesimo Anno"

Es la principal encíclica social de Pío XI, y fue promulgada en el 40° aniversario de la "Rerum No-varum". La depresión económica de EEUU a fines de 1929, que afectó al mundo entero, la extensión del estado totalitario en Europa y el éxito del comunismo "han hecho necesaria -dice Pío XI- una más cuidadosa aplicación de la doctrina de León XIII e incluso algunas adiciones". Pío XI advierte que es necesario poner el acento en algunos puntos: la reforma del Estado, las reformas de las asociaciones profesionales, la justicia social, el régimen capitalista, el socialismo y la renovación moral.La primera institución que hay que reformar, dice Pío XI, es el Estado, y, lo primero, para que dé su lugar a todas las asociaciones intermedias, terminar con el vicio del "individualismo".Con respecto a las asociaciones profesionales, su inspiración es la filosofía cristiana y no el totalitarismo. Rechaza "la pugna de clases" para llegar a una colaboración entre las distintas profesiones.Enfatiza que el principio rector de la economía es la justicia social, cuya alma debe ser la caridad social. Y que la libre concurrencia ha llevado a la acumulación de "una descomunal y tiránica potencia económica en manos de unos pocos". Verifica que el individualismo ha producido la dictadura económica, se ha adueñado del mercado libre y el deseo de lucha ha sido reemplazado por la desenfrenada ambición de poderío. La economía se ha hecho horrendamente dura, cruel y atroz.A pesar de la división socialista en dos bloques, el violento -o comunismo-, y el moderado -o socialismo-, para Pío XI el socialismo no ha renunciado a su fundamento anticristiano.La conclusión es que no habrá restauración social sin renovación moral. La economía actual "la hemos encontrado plagada de vicios gravísimos" y tanto el comunismo como el socialismo "andan muy lejos de los preceptos evangélicos". Sólo la cristianización de la vida económica podrá remediar estos males. Y concluye: "Los primeros e inmediatos apóstoles de los obreros han de ser obreros, y los apóstoles del mundo industrial y comercial, deben ser de sus propios gremios".

"Mater et magistra": la Doctrina Social al alcance de todos

Promulgado en 1961, este documento de lenguaje sencillo alcanzó una difusión y un eco universal inusual en las encíclicas papales. Juan XXIII se propone que sus palabras sean en tendidas por todos, y con tono conciliador y animoso, manifiesta una gran apertura al mundo, a la técnica y a las ciencias, a la socialización y al reencuentro entre los hombres. "Mater et Magistra" trata extensamente la razón de ser de la Doctrina Social de la Iglesia, que surge de la misión dada a la Iglesia por Cristo, de velar "con maternal solicitud por la vida de los individuos y de los pueblos". "Deseamos que se estudie cada vez más la doctrina social". Y exhorta a que sea una disciplina obligatoria en los seminarios, en los colegios católicos y en la catequesis parroquial y, en general, que haya un verdadero esfuerzo por divulgarla. Y finalmente, el Papa resalta que la verdadera educación social católica es la que culmina con la acción social de los católicos."La economía debe estar la servicio del hombre", dice Juan XXIII, y habla de "un precepto gravísimo déla justicia social, a saber, que el desarrollo económico y el progreso social deben ir juntos y acomodarse mutuamente, de forma que todas las categorías sociales tengan participación adecuada en el aumento de la riqueza de la nación”. Trata por primera vez el tema de las ideologías en sí mismas, (quizás un antecedente del tratamiento que hará Pablo VI en la carta "Octogésima Adveniens") y su principal observación es que "no consideran la total integridad del hombre”.

"Pacem in terris": una encíclica dirigida a todos los hombres

Juan XXIII publicó en total 8 encíclicas, seis de temas religiosos y dos sociales. La última -"Pacem in Terris"- publicada en abril de 1963 -el año de su muerte- está dedicada a la paz. El Papa vuelca en ella toda su preocupación por la paz, amenazada por la llamada "crisis de Cuba", en 1962, en la que casi se llega a la guerra entre los Estados Unidos de Kennedy y la Unión Soviética de Kruschev.Es la primera encíclica dedicada exclusivamente a la paz. Es un verdadero tratado de política, el más sistemático y completo de la Doctrina Social de la Iglesia. No está dirigida sólo, a los católicos, sino también "a todos los hombres de buena voluntad". Su estilo es simple y positivo, sin condenaciones, accesible a todos. Expone que todos los hombres, cristianos o no, pueden y deben reencontrarse en una acción común. Y hace un listado de los derechos humanos, actualizando la visión eclesial de la actualidad en tres grandes temas: la promoción económica y social de las clases populares, el ingreso de la mujer en la vida pública y el despertar de los pueblos a la emancipación.

"Populorum progressio":
el desarrollo es el nuevo nombre de la paz

Pablo VI había inaugurado su pontificado con una encíclica, "Ecclesiam Suam" (1964), verdadero programa para una Iglesia en pleno Concilio. En ella, el Papa pone el acento en la evangelización del mundo moderno. Y partiendo de los lineamientos sociales que había trazado Juan XXIII, da a conocer, después de tres años de elaboración, la primera encíclica social, la "Populorum Progressio" (1967).Es la encíclica que más autores modernos cita. Con un mensaje luminoso, valiente y esperanzado, pide a la humanidad que dé un paso adelante en la solidaridad. Algunas citas breves nos ubican en el espíritu de este valioso documento:"Los pueblos ricos gozan de un rápido crecimiento, mientras que los pobres se desarrollan lentamente"."¿Quién no ve los peligros que hay en ello, de reacciones populares violentas, de agitaciones insurreccionales y de deslizamiento hacia las ideologías totalitarias?”.Pide una acción urgente, porque las situaciones "cuya injusticia clama al cielo" tientan hacia la violencia, y ésta casi siempre engendra "nuevas injusticias" .Propone dos líneas de acción, una de solidaridad y otra de justicia social. La primera es de asistencia a los débiles mediante la creación de un fondo mundial "alimentado con una parte de los gastos militares" (n. 51). Pero, señala, no hay solidaridad si no se respeta la justicia, e invita a realizar la caridad universal en la política internacional. Con este espíritu hay que recibir inmigrantes e invertir en los países subdesarrollados. "Entre las civilizaciones, como entre las personas, un diálogo sincero es, en efecto, creador de fraternidad”. Y recuerda que "las diferencias económicas, sociales y culturales demasiado grandes entre los pueblos provocan tensiones y discordias y ponen la paz en peligro". Por eso el desarrollo es el nuevo nombre de la paz.

"Octogésima adveniens":
una carta orientadora
A los 80 años de la "Rerum Novarum", Pablo VI dirigió una carta al Cardenal Mauricio Roy, presidente del Consejo para los seglares y de la Comisión Pontificia "Justicia y Paz". La "Octogésima Adveniens"(1971) se divide en dos partes: en la primera presenta una serie de aplicaciones de la Doctrina Social a problemas de la sociedad industrial. Y en la segunda, un enfoque original en la línea del magisterio socio-político al rescatar "la visión global del hombre y de la humanidad".Pablo VI cuestiona cuál es el origen y el valor del progreso, que no debe dejar de lado el pivote central del crecimiento del hombre que es "el desarrollo de la conciencia moral" (n. 41). Y pide la superación del "homo oeconomicus", tanto en la solidaridad internacional, como en el mismo mundo de los países desarrollados.

"Laborem exercens":
el hombre y el trabajo bajo la lupa papal

El tema de esta encíclica es el del hombre en el "vasto contexto de esa realidad que es el trabajo". Publicada el 14 de septiembre de 1981, conmemora el 90° aniversario de la encíclica "Rerum Novarum". La cuestión social que plantea ya no es "un problema de la clase", sino el "problema del mundo", y pone el acento en la prioridad del hombre sobre el producto.Para el Papa, el economicismo del capitalismo liberal (o materialismo práctico) tiene una responsabilidad decisiva en el problema del trabajo y es el causante de la antinomia entre el capital y el trabajo y todos los conflictos consecuentes.La doctrina de la Iglesia "se aparta radicalmente del programa del colectivismo", pero "se diferencia, al mismo tiempo, del programa del capitalismo", dice Juan Pablo II en la encíclica . El único título legítimo para la posesión de los bienes de producción; es que estén al servicio del trabajo.El Papa ubica a los derechos del trabajador entre los derechos fundamentales de la persona. Y señala como el primero de ellos el de lograr un empleo adecuado. También habla de la necesidad de una planificación global, que debe realizar el Estado, salvando la iniciativa privada, contra el desempleo. Y en el caso de los desocupados, el Papa afirma la obligación de prestar subsidios a favor de ellos, lo que "brota del principio fundamental del orden moral en este campo, del derecho a la vida y a la subsistencia" . Para Juan Pablo II el salario es "el problema clave de la ética social" y el objetivo de su mejoramiento justo, uno de los principales cometidos del sindicalismo actual, y quehacer moral de la sociedad. Para la encíclica, la remuneración justa debe ser suficiente para fundar y mantener dignamente una familia y su futuro, e incluye las prestaciones de la salud, las condiciones de trabajo, el descanso, etc.Esta encíclica incluye una exposición extensa y sistemática sobre los sindicatos, cuyo fin, para Juan Pablo II, es "la defensa de los intereses existenciales de los trabajadores en todos los sectores en que están en juego sus derechos”.No acepta que el sindicato haga política partidista ni ve conveniente una relación muy estrecha entre sindicato y partido político. Y en relación con la huelga, "Laborem Exercens" recuerda que es un método reconocido como legítimo y que los trabajadores deberían tener asegurado el derecho a la huelga sin sufrir sanciones penales por participar en ella. Recuerda que la huelga es un medio extremo, del que no se puede abusar, ni utilizar contra el bien común, ni en función de los juegos políticos.

"Centesimus annus",
reafirmación de la Doctrina Social

No es casual que la fecha elegida para su promulgación fuera el 1° de mayo de 1991. Primero, por ser la fecha tradicional del Día del Trabajo en todo el mundo, y segundo, porque en ese mes de mayo cumplía 100 años la "Rerum Novarum.".Cuando la Iglesia, en la palabra de León XIII, dio a conocer la "Rerum Novarum", no sólo se creaba por decirlo así, la doctrina social sino que se definía la posición eclesial frente a la cuestión obrera en el fin del siglo XIX, como una expresión de la opción preferencial por los pobres. León XIII elaboró ese capítulo de la teología moral, ya que el nudo central de la problemática social de ese momento, era la distancia que separaba la economía de la moral.Juan Pablo II hace una relectura de León XIII para iluminar este fin de siglo con la visión evangélica de las nuevas aristas que presenta la cuestión social.Al enumerar las causas de la caída del socialismo real, considera que antes que a la ineficiencia del sistema económico, se debe a la violación de los derechos del trabajador. Su prueba es contundente, yaque las muchedumbres de los trabajadores son las que hicieron caer el imperio, y a través de una luchapacífica, sólo con las armas de la verdad y de la justicia..Pero, agrega Juan Pablo II, "la verdadera causa es el vacío espiritual provocado por el ateísmo. Las jóvenes generaciones realizaron la insoslayable búsqueda de la propia identidad y del sentido de la vida, hasta descubrir las raíces religiosas de la cultura de sus naciones". Es muy interesante encontrar que entre las consecuencias de los hechos de 1989, Juan Pablo II dice que "llevan a reafirmar la positividad de una auténtica teología de la liberación humana integral, ahora que se ha superado todo lo que había de caduco en los intentos de un compromiso imposible entre marxismo y socialismo".Con respecto al sistema económico, Juan Pablo II afirma que la Iglesia no tiene modelos para proponer, y que sólo ofrece como orientación ideal e indispensable, la propia doctrina social, la cual reconoce la positividad del mercado y de la empresa, pero al mismo tiempo indica que han de estar orientados al bien común.El último capítulo de la encíclica (n. VI) desarrolla consideraciones sobre lo que podemos llamar la epistemología de la doctrina social católica. Reafirma que "la Iglesia no puede abandonar al hombre" y "que este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión".La doctrina social es un instrumento de evangelización, o una explicitación de una antropología cristiana, o también, un capítulo de teología moral.

domingo, 20 de septiembre de 2009

VIDA DE S. CESARÉO DE ARLÉS

La principal fuente de información para recabar noticias sobre la vida de S. Cesáreo es la Vida escrita por Cipriano de Tolón y otros amigos y discípulo. San Cipriano había sido ordenado obispo de Tolón por S. Cesáreo y por encargo de la hermana de este último, Cesárea, escribió la Vita muy poco tiempo después de la muerte de aquél. S. Cesáreo nació en torno a los años 469/470-3 en Chalons-sur-Saone (Francia), en el reino de los burgundios. Su familia, de procedencia romana, era de condición acomodada. Después de ser clérigo ingresa, como monje, en el monasterio de Lérins a la edad de treinta años. Durante su vida monástica pudo conocer los escritos de los Santos Padres, entre otros, la obra de Ireneo, Orígenes, Ambrosio, Juan Crisóstomo, Efrén latino, Hilario de Arlés, Vicente de Lérins, Fausto de Riez y, sobre todo, S. Agustín. La precaria salud de Cesáreo no le permitió resistir la vida del monasterio y esta es la razón por la que encontró en Arlés, cambiando de estado, un clima más propicio. En Arlés acudió a las lecciones del retórico Juliano Pomerio, al que estimaba en alto grado. En esta misma ciudad es ordenado diácono, presbítero y encargado del seguimiento de un cercano monasterio. En el mes de diciembre del 5024 es consagrado obispo de la importantísima sede de Arlés en la que sucede a Aecios. Durante su largo pontificado se vió implicado en situaciones conflictivas de orden político por la confrontación degodos, francos y burgundios. Más en concreto en el año 505 con el rey visigodo Alarico II y en el 512 con el ostrogodo Teodorico, tuvo que sufrir por dos veces la acusación de traición de las que pudo salir indemne y victorioso. Asimismo el pontificado de Cesáreo fué considerado como ejemplar por su entrega a todos, especialmente a los pobres, y por su dedicación a la predicación. Es de resaltar también su amperio para con la vida monástica, escribiendo reglas y asistiendo a monasterios. Desarrolló una amplia labor conciliar: Agde (506), Arlés (524), Carpentras (527), Orange (529), Vaison (529), Marsella (533), y trató de aportar soluciones al problema del arrianismo y semiarrianismo. El Papa Símaco confirió a Cesáreo el privilegio del pallium y la delegación apostólica para toda la Galia. Murió el 2..7 de agosto del 542.

Obra Literaria de S. Cesaréo de Arlés

El más conocido de los escritos de Cesáreo —«después de S. Agustín el más grande predicador popular de la antigua Iglesia latina»— son los 238 Sermones (no todos ellos auténticos) que, debido a la influencia agustiniana, se han transmitido a la posteridad bajo el nombre de S. Agustín. Son homilías en las que se comenta el texto bíblico o se refieren a fiestas litúrgicas sin dejar de reflejar en muchos de ellos el clima social-religioso de aquel momento Entre las restantes obras es de resaltar un tratado que lleva por título De mysterio sanctae Trinitatis, en el que se denota la clara influencia de S. Agustín, Fausto de Riez, Hilario de Poitiers, Ambrosio y Fulgencio. El Brevianum adversus haereticos, es un resumen de teología trinitaria, con intención claramente antiarriana, escrito contra los godos. En el De gratia, escrito que sigue el agustinismo más radical, se asevera que la gracia necesaria para la salvación sólo se concede a algunos predestinados. Al Testamentum, y a algunas Cartas pastorales —entre ellas la Admonitio (dirigida a los obispos sufragáneos)—hay que añadir dos Reglas (Regula ad monachos y Regula ad virgines), las más antiguas, y rígidas reglas que se conservan en la Galia.

IMPORTANCIA DE LAS OBRAS DE S. CESÁREO DE ARLÉS

Dom Morin, el más autorizado editor de la obra de S. Cesáreo, le atribuyó las Homilías pseudoagustinianas que en realidad son un Comentario al Apocalipsis del obispo galo. Las razones aportadas por el sabio benedictino —estudio del léxico y estudio comparativo con el resto de la obra de S. Cesáreo— fueron suficientes para refutar la autoría de las Homilías a S. Gennadio tal como había defendido O. Bardenhewer. Antes de decir algo sobre la forma y contenido de las Homilías o Comentario al Apocalipsis creemos oportuno señalar los precedentes exegéticos de este escrito o, lo que es lo mismo, presentar algunos rasgos referentes a la historia de los Comentarios al Apocalipsis, historia en la que se inserta el escrito de Cesáreo. Desde los inicios de la exégesis cristiana el libro del Apocalipsis atrajo la atención de distintos autores y tradiciones. Es el único libro del N.T. explícitamente profético y se prestaba para el desarrollo ya sea cristológico ya sea eclesiológico. Desde un principio se atribuía el Apocalipsis al apóstol S. Juan (Apoc. 1, 1.4.9; 22, 8), a excepción de Gayo y los Logos que concedían la autoría del libro de las revelaciones a Cerinto. Dionisio de Alejandría, por su parte, lo creía escrito por otro Juan, distinto del apóstol. Así se explica que Eusebio de Cesarea dude a la hora de asignar un autor al Apocalipsis S. Jerónimo nos testimonia que los milenaristas Justino e Ireneo interpretaron el libro de Juan. Con todo, a pesar de las noticias que podían dar pie a ello, ni los asiáticos Justino e Ireneo, ni el alejandrino Clemente ni Metodio de Olimpo, Tertuliano, Comodiano y Lactancio no escribieron un comentario propiamente dicho al Apocalipsis sino que se ciñeron a comentar algunos pasajes. Según Eusebio de Cesarea Melitón de Sardes había escrito una obra, no llegada hasta nosotros, titulada Sobre el diablo y el Apocalipsis de S. Juan. S. Jerónimo también nos testimonia que S. Hipólito nos había dejado un comento al Apoc, que por desgracia tampoco ha llegado hasta nosotros; sin embargo podemos recuperar algunas exégesis en las restantes obras del escritor y en el Apocalipsis siríaco del Dionisio bar Salibi. Según referencia de un fragmento latino de Orígenes, él mismo escribió una interpretación del Apocalipsis. Los primeros comentaristas consideran el Apocalipsis como un libro que mira primariamente a la revelación de los últimos tiempos; gustan hacer lecturas más bien de tipo literalista y tratan de armonizarlo con la literatura apócrifa y con las revelaciones del libro del Daniel. Como era de esperar el contenido privilegiado era la cristología muchas veces en confrontación con el Anticristo. Si exceptuamos a los alejandrinos Clemente y Orígenes, los primeros intérpretes del Apocalipsis son partidarios del milenarismo, es decir, del establecimiento del reino, durante un tiempo determinado, aquí en la tierra. Puede que la diversidad de lecturas y las consecuencias dogmáticas derivadas de las mismas, ya sea de sesgo literal o ya sea espiritualistas, hayan favorecido la desaparición de los primerisimos comentarios. El más antiguo comentario al Apocalipsis llegado hasta nosotros es el de Victorino de Pettau (s. III), conservado gracias a la recensión hecha por S. Jerónimo. Victorino en su comento sigue a Orígenes pero sin despreciar las interpretaciones de los asiáticos, es decir, abraza el alegorismo sin abandonar elementos y tradiciones de los literalistas que propiciaban el sentido milenarista de ciertos pasajes del Apoc. Uno de los principios más urgidos por Victorino para lograr un sentido unitario al libro de Juan es el de la recapitulación, principio hermenéutico que había alcanzado la cima en el s. II especialmente con Ireneo de Lión. Fiel al sentido recapitulativo, cada escena, cada pasaje, cada una de las imágenes, símbolo o visión del Apocalipsis no es más que la presentación del mismo hecho; trátase de distintas caras de una idéntica realidad. Para Victorino el Apocalipsis es el libro que nos refiere lo acontecido, y lo que vendrá, en la Iglesia, además de reflejar ricos perfiles cristológicos. El libro de S. Juan, según Victorino, es el más apto para descubrir las relaciones entre cristología y eclesiología. El matiz de profecía histórica es resaltado, en el comento de Victorino, por la figura de la bestia leída a la luz del Nero redivivas que emergerá como el Anticristo en la persona de Nerón. El milenarismo heredado por Victorino es mucho más mitigado que el de Cerinto, Papías, Justino, Ireneo, Melodio y Tertuliano. Mas el comentario al Apocalipsis más significativo en la historia de la literatura cristiana es, sin lugar a dudas, el escrito por el donatista Ticonio (s. IV)2'. Toda la tradición exegética latina a partir del s. IV depende del perdido comento ticoniano. El donatista junto a la interpretación del Apoc. es el autor de una de las más importantes guías hermenéuticas de la exégesis cristiana (el Líber regularum). El libro de las reglas hace alarde de la utilización del principio de la recapitulación. Para Ticonio el Apocalipsis es la magna profecía de toda la Escritura, es la revelación definitiva de Dios sobre Cristo y su cuerpo, la Iglesia (resp. Reglas I, II, VII). Las siete reglas servirían como hilo conductor para discernir lo que en el Apoc. se dice de Cristo personalmente y lo que se refiere a su cuerpo. El comentario al Apoc. constituía una excelente ocasión para ver el alcance y el valor de las Reglas, al mismo tiempo que era el libro ideal para presentar la rica y debatida doctrina de este momento, en plena crisis donatista, sobre la Iglesia. Pocos comentarios bíblicos han sido tan utilizados, imitados y copiados como el de Ticonio. Desgraciadamente no tenemos noticias de copias manuscritas posteriores al siglo IX, a excepción del fragmento hallado en Budapest. Pero si nos atenemos a las obras de todos aquellos que le siguieron podemos recuperar el perdido comentario ticoniano. En esto radica el gran interés en seguir cada uno de los que se han atenido al texto ticoniano.Entre los seguidores de Ticonio, de su interpretación al Apocalipsis, destaca Primasio (s. VI), africano como el donatista. En el Comentario de Primasio se advierte asimismo la influencia de S. Agustín quien, por otra parte, admiró y se dejó cautivar por mucho de lo afirmado y escrito por Ticonio. Primasio, buen conocedor de lo que había significado la diatriba donatista, trata de expurgar del comentario todo aquello que considera cismático. El texto de Ticonio no quedó encerrado en la geografía africana. Al igual que la literatura de signo y sentir católico se expendió por las Galias —es de recordar Lérins como importante lugar de confluencia— también obras donatistas no dejaron de circular y ser aprovechadas en el Continente europeo. Un buen ejemplo es el que nos ofrece Cesáreo con su comentario al Apocalipsis Éste sigue de cerca, con mayor respeto que Primasio, el texto del Comentario de Ticonio. Y lo sigue de un modo tan respetuoso con la letra de la explanación del donatista fuese por ser un eslabón fundamental, en la cadena ticoniana, para recuperar y reconstruir el más importante comentario latino al Apocalipsis.