domingo, 20 de septiembre de 2009

VIDA DE S. CESARÉO DE ARLÉS

La principal fuente de información para recabar noticias sobre la vida de S. Cesáreo es la Vida escrita por Cipriano de Tolón y otros amigos y discípulo. San Cipriano había sido ordenado obispo de Tolón por S. Cesáreo y por encargo de la hermana de este último, Cesárea, escribió la Vita muy poco tiempo después de la muerte de aquél. S. Cesáreo nació en torno a los años 469/470-3 en Chalons-sur-Saone (Francia), en el reino de los burgundios. Su familia, de procedencia romana, era de condición acomodada. Después de ser clérigo ingresa, como monje, en el monasterio de Lérins a la edad de treinta años. Durante su vida monástica pudo conocer los escritos de los Santos Padres, entre otros, la obra de Ireneo, Orígenes, Ambrosio, Juan Crisóstomo, Efrén latino, Hilario de Arlés, Vicente de Lérins, Fausto de Riez y, sobre todo, S. Agustín. La precaria salud de Cesáreo no le permitió resistir la vida del monasterio y esta es la razón por la que encontró en Arlés, cambiando de estado, un clima más propicio. En Arlés acudió a las lecciones del retórico Juliano Pomerio, al que estimaba en alto grado. En esta misma ciudad es ordenado diácono, presbítero y encargado del seguimiento de un cercano monasterio. En el mes de diciembre del 5024 es consagrado obispo de la importantísima sede de Arlés en la que sucede a Aecios. Durante su largo pontificado se vió implicado en situaciones conflictivas de orden político por la confrontación degodos, francos y burgundios. Más en concreto en el año 505 con el rey visigodo Alarico II y en el 512 con el ostrogodo Teodorico, tuvo que sufrir por dos veces la acusación de traición de las que pudo salir indemne y victorioso. Asimismo el pontificado de Cesáreo fué considerado como ejemplar por su entrega a todos, especialmente a los pobres, y por su dedicación a la predicación. Es de resaltar también su amperio para con la vida monástica, escribiendo reglas y asistiendo a monasterios. Desarrolló una amplia labor conciliar: Agde (506), Arlés (524), Carpentras (527), Orange (529), Vaison (529), Marsella (533), y trató de aportar soluciones al problema del arrianismo y semiarrianismo. El Papa Símaco confirió a Cesáreo el privilegio del pallium y la delegación apostólica para toda la Galia. Murió el 2..7 de agosto del 542.

Obra Literaria de S. Cesaréo de Arlés

El más conocido de los escritos de Cesáreo —«después de S. Agustín el más grande predicador popular de la antigua Iglesia latina»— son los 238 Sermones (no todos ellos auténticos) que, debido a la influencia agustiniana, se han transmitido a la posteridad bajo el nombre de S. Agustín. Son homilías en las que se comenta el texto bíblico o se refieren a fiestas litúrgicas sin dejar de reflejar en muchos de ellos el clima social-religioso de aquel momento Entre las restantes obras es de resaltar un tratado que lleva por título De mysterio sanctae Trinitatis, en el que se denota la clara influencia de S. Agustín, Fausto de Riez, Hilario de Poitiers, Ambrosio y Fulgencio. El Brevianum adversus haereticos, es un resumen de teología trinitaria, con intención claramente antiarriana, escrito contra los godos. En el De gratia, escrito que sigue el agustinismo más radical, se asevera que la gracia necesaria para la salvación sólo se concede a algunos predestinados. Al Testamentum, y a algunas Cartas pastorales —entre ellas la Admonitio (dirigida a los obispos sufragáneos)—hay que añadir dos Reglas (Regula ad monachos y Regula ad virgines), las más antiguas, y rígidas reglas que se conservan en la Galia.

IMPORTANCIA DE LAS OBRAS DE S. CESÁREO DE ARLÉS

Dom Morin, el más autorizado editor de la obra de S. Cesáreo, le atribuyó las Homilías pseudoagustinianas que en realidad son un Comentario al Apocalipsis del obispo galo. Las razones aportadas por el sabio benedictino —estudio del léxico y estudio comparativo con el resto de la obra de S. Cesáreo— fueron suficientes para refutar la autoría de las Homilías a S. Gennadio tal como había defendido O. Bardenhewer. Antes de decir algo sobre la forma y contenido de las Homilías o Comentario al Apocalipsis creemos oportuno señalar los precedentes exegéticos de este escrito o, lo que es lo mismo, presentar algunos rasgos referentes a la historia de los Comentarios al Apocalipsis, historia en la que se inserta el escrito de Cesáreo. Desde los inicios de la exégesis cristiana el libro del Apocalipsis atrajo la atención de distintos autores y tradiciones. Es el único libro del N.T. explícitamente profético y se prestaba para el desarrollo ya sea cristológico ya sea eclesiológico. Desde un principio se atribuía el Apocalipsis al apóstol S. Juan (Apoc. 1, 1.4.9; 22, 8), a excepción de Gayo y los Logos que concedían la autoría del libro de las revelaciones a Cerinto. Dionisio de Alejandría, por su parte, lo creía escrito por otro Juan, distinto del apóstol. Así se explica que Eusebio de Cesarea dude a la hora de asignar un autor al Apocalipsis S. Jerónimo nos testimonia que los milenaristas Justino e Ireneo interpretaron el libro de Juan. Con todo, a pesar de las noticias que podían dar pie a ello, ni los asiáticos Justino e Ireneo, ni el alejandrino Clemente ni Metodio de Olimpo, Tertuliano, Comodiano y Lactancio no escribieron un comentario propiamente dicho al Apocalipsis sino que se ciñeron a comentar algunos pasajes. Según Eusebio de Cesarea Melitón de Sardes había escrito una obra, no llegada hasta nosotros, titulada Sobre el diablo y el Apocalipsis de S. Juan. S. Jerónimo también nos testimonia que S. Hipólito nos había dejado un comento al Apoc, que por desgracia tampoco ha llegado hasta nosotros; sin embargo podemos recuperar algunas exégesis en las restantes obras del escritor y en el Apocalipsis siríaco del Dionisio bar Salibi. Según referencia de un fragmento latino de Orígenes, él mismo escribió una interpretación del Apocalipsis. Los primeros comentaristas consideran el Apocalipsis como un libro que mira primariamente a la revelación de los últimos tiempos; gustan hacer lecturas más bien de tipo literalista y tratan de armonizarlo con la literatura apócrifa y con las revelaciones del libro del Daniel. Como era de esperar el contenido privilegiado era la cristología muchas veces en confrontación con el Anticristo. Si exceptuamos a los alejandrinos Clemente y Orígenes, los primeros intérpretes del Apocalipsis son partidarios del milenarismo, es decir, del establecimiento del reino, durante un tiempo determinado, aquí en la tierra. Puede que la diversidad de lecturas y las consecuencias dogmáticas derivadas de las mismas, ya sea de sesgo literal o ya sea espiritualistas, hayan favorecido la desaparición de los primerisimos comentarios. El más antiguo comentario al Apocalipsis llegado hasta nosotros es el de Victorino de Pettau (s. III), conservado gracias a la recensión hecha por S. Jerónimo. Victorino en su comento sigue a Orígenes pero sin despreciar las interpretaciones de los asiáticos, es decir, abraza el alegorismo sin abandonar elementos y tradiciones de los literalistas que propiciaban el sentido milenarista de ciertos pasajes del Apoc. Uno de los principios más urgidos por Victorino para lograr un sentido unitario al libro de Juan es el de la recapitulación, principio hermenéutico que había alcanzado la cima en el s. II especialmente con Ireneo de Lión. Fiel al sentido recapitulativo, cada escena, cada pasaje, cada una de las imágenes, símbolo o visión del Apocalipsis no es más que la presentación del mismo hecho; trátase de distintas caras de una idéntica realidad. Para Victorino el Apocalipsis es el libro que nos refiere lo acontecido, y lo que vendrá, en la Iglesia, además de reflejar ricos perfiles cristológicos. El libro de S. Juan, según Victorino, es el más apto para descubrir las relaciones entre cristología y eclesiología. El matiz de profecía histórica es resaltado, en el comento de Victorino, por la figura de la bestia leída a la luz del Nero redivivas que emergerá como el Anticristo en la persona de Nerón. El milenarismo heredado por Victorino es mucho más mitigado que el de Cerinto, Papías, Justino, Ireneo, Melodio y Tertuliano. Mas el comentario al Apocalipsis más significativo en la historia de la literatura cristiana es, sin lugar a dudas, el escrito por el donatista Ticonio (s. IV)2'. Toda la tradición exegética latina a partir del s. IV depende del perdido comento ticoniano. El donatista junto a la interpretación del Apoc. es el autor de una de las más importantes guías hermenéuticas de la exégesis cristiana (el Líber regularum). El libro de las reglas hace alarde de la utilización del principio de la recapitulación. Para Ticonio el Apocalipsis es la magna profecía de toda la Escritura, es la revelación definitiva de Dios sobre Cristo y su cuerpo, la Iglesia (resp. Reglas I, II, VII). Las siete reglas servirían como hilo conductor para discernir lo que en el Apoc. se dice de Cristo personalmente y lo que se refiere a su cuerpo. El comentario al Apoc. constituía una excelente ocasión para ver el alcance y el valor de las Reglas, al mismo tiempo que era el libro ideal para presentar la rica y debatida doctrina de este momento, en plena crisis donatista, sobre la Iglesia. Pocos comentarios bíblicos han sido tan utilizados, imitados y copiados como el de Ticonio. Desgraciadamente no tenemos noticias de copias manuscritas posteriores al siglo IX, a excepción del fragmento hallado en Budapest. Pero si nos atenemos a las obras de todos aquellos que le siguieron podemos recuperar el perdido comentario ticoniano. En esto radica el gran interés en seguir cada uno de los que se han atenido al texto ticoniano.Entre los seguidores de Ticonio, de su interpretación al Apocalipsis, destaca Primasio (s. VI), africano como el donatista. En el Comentario de Primasio se advierte asimismo la influencia de S. Agustín quien, por otra parte, admiró y se dejó cautivar por mucho de lo afirmado y escrito por Ticonio. Primasio, buen conocedor de lo que había significado la diatriba donatista, trata de expurgar del comentario todo aquello que considera cismático. El texto de Ticonio no quedó encerrado en la geografía africana. Al igual que la literatura de signo y sentir católico se expendió por las Galias —es de recordar Lérins como importante lugar de confluencia— también obras donatistas no dejaron de circular y ser aprovechadas en el Continente europeo. Un buen ejemplo es el que nos ofrece Cesáreo con su comentario al Apocalipsis Éste sigue de cerca, con mayor respeto que Primasio, el texto del Comentario de Ticonio. Y lo sigue de un modo tan respetuoso con la letra de la explanación del donatista fuese por ser un eslabón fundamental, en la cadena ticoniana, para recuperar y reconstruir el más importante comentario latino al Apocalipsis.